domingo, 6 de septiembre de 2009

El olor a ponsigué

Juan mataba su fastidio de ese día paseando sus ojos por los estantes de libros desordenados que él orgullosamente llamaba su "biblioteca" y que no era más que un mueble metálico armable lleno de libros mal puestos que por su peso fuera de balance ya lo hacían inclinar peligrosamente hacia un lado. Después de pasar varias veces su mirada por todos ellos y de recordar miles de cosas con cada título que leía, se decidió a tomar "EI General en su laberinto" de Gabriel García Márquez. Le quitó el polvo de meses. AI abrirlo y ver que tenía unas páginas separadas con la contratapa, se dio cuenta que no lo había terminado de leer, a pesar de que hacía bastante tiempo que lo había comprado. Juan era así, empezaba algo y luego no lo terminaba. Por eso sabía mucho de muchas cosas y era bueno en todas las actividades que desarrollaba pero no tanto como lo pudo haber sido de haberse dedicado sólo a una de ellas. En las páginas que Ie faltaban por leer, García Márquez contaba a su manera los últimos días del Libertador. Juan siempre había admirado la facilidad con la que el insigne escritor colombiano penetraba en los sentimientos y los pensamientos de sus personajes. Especialmente en esta novela apegada a la realidad histórica. Con un placer que Ie recordaba el que tuvo cuando leyó "EI amor en los tiempos del cólera", Juan continuó adentrándose en las páginas y en la oscuridad de la noche de Santa Marta. A lo lejos veía el reflejo de la luz de una vela a través de una ventana y decidió acercarse a ella. Continuó caminando guiado por la luz y por un olor extraño, parecido al del ponsigué, que emanaba de la casa. Sus pasos no se oían, pero Juan no sabía si era que no pisaba el suelo o que simplemente no podía oír. La noche y el brusco cambio de realidad lo confundían. Cuando llegó a la ventana miró de inmediato hacia el interior. Su corazón palpitaba aceleradamente. La posibilidad de viajar hacia el pasado siempre lo había emocionado. Sus ojos buscaban ansiosos, entre las sombras. Y allí lo vio meciéndose suavemente en la hamaca. No como decían los libros de historia, que tal vez lo desfiguraban, sino como había sido de verdad, o tal vez más flaco. O por lo menos como era ahora. Simón se volteo sin sobresalto y sin mediar palabra lo invitó a pasar. Te estaba esperando, Ie dijo. Juan aturdido no se dio cuenta que había atravesado la pared y que ya se encontraba sentado enfrente de él. A pesar de que estaba en el hueso, la fuerza de su mirada aun se sentía con vigor. En realidad a quien Simón esperaba era a la muerte. EI olor extraño, parecido al del ponsigué, era ahora más penetrante. Juan temblaba de la emoción y no podía creer que sus ojos estuvieran contemplando al Padre de la Patria en persona. Decenas de preguntas pasaban atropelladamente por su mente. ¿Por qué no se volvió a casar? ¿Por qué no tuvo hijos? ¿O los tuvo? ¿Por qué Ie cambio al General Santander la pena de muerte por destierro? ¿Qué diría si Ie contara como hemos manejado su herencia? ¿Qué deberíamos hacer para salir del atolladero donde nos encontramos? ¿Con quién podemos contar? ¿A quienes debemos eliminar? Juan pensaba pero no se atrevía a emitir palabra. La conversación se mantenía en silencio. Así continuó por horas. Juan recibía infinidad de respuestas telepáticas que se juntaban como en un círculo mágico. De su mirada comenzaran a salir unas luces, que giraban sin cesar en torno a su cabeza; como si de un santo se tratase. EI olor extraño, parecido al del ponsigué, era ahora más penetrante y a lo lejos se escuchaba una guitarra rasgada con una tristeza que sonaba a soledad.

1 comentario:

  1. Papá haqui te dejo mi comentario:me gustaron tus cuentos,te felicito por todos los cuentos que as echo.

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