El canto del gallo anunciaba el amanecer. EI frío de la madrugada aún recorría cómodamente la cobija que se negaba a dejar la cálida piel de César Alexander. Los ojos, ya desacostumbrados a fuerza de vacaciones, se negaban a abrirse. Los ruidos de la cocina indicaban que ya era hora de levantarse. Era el momento en que los sueños se hacían más reales, combinando los deseos verdaderos con la imaginación de Morfeo. Esas imágenes que César Alexander manejaba a su antojo, hacían más placentero su despertar. Era el día de regresar a clases. EI último día, la Profesora les había hablado del valor de la "palabra de hombre". Les había dicho que en otros tiempos, esa expresión era mejor que un juramento. Los ayudó a comprender que quien cumple lo que promete, tiene ganado un puesto en el Paraíso. Por éso no se debe dar la palabra por algo que no sabemos si podemos cumplir. Así les explicó que funcionaban los "acuerdos de caballeros" desde la antigüedad. Ese día todos los niños la habían mirado asombrados y se habían quedado boquiabiertos. No podían creer que algo como eso existiera ¿O sea que ya no debían mentir nunca más? Ella los veía con sus ojos azules muy abiertos y sin abrir los labios negaba con suaves movimientos de su cabeza, que hacían que su rubio pelo se moviese como el agua de una lavadora. Acto seguido les pidió que escribieran en un papelito su nombre y que los niños, lo colocaran en una pequeña vasija de cerámica que utilizaba para colocar sus lápices y las niñas, en una pequeña bolsa de terciopelo que sacó de su cartera. La mayoría creyó que iban a jugar al amigo secreto, otros que eran para el intercambio de regalos. Movió repetidas veces la vasija y la bolsa de terciopelo, luego cada quien (las niñas en la vasija y los niños en la bolsa) retiró un papelito y todos permanecieron sentados sin abrirlo. Entonces les dijo: Ahora van a tener un compadre de papelito. Vean el nombre que les ha tocado y colóquense al lado de ese compañero. Cuando todos lo habían hecho, les mandó a tomarse por el dedo meñique. Repitan todos conmigo: "Compadre, compadre, por toda la vida, cuando vaya a tu casa no me mezquines ni el agua ni la comida". Así lo hicieron por tres veces. "Compadre, compadre, por toda la vida, cuando vaya a tu casa no me mezquines ni el agua ni la comida". Esas palabras han sido su juramento de apoyarse mutuamente, deben morir sin romperlo. Después de eso mandó a traer un ponche casero, galletas, torta de queso con ciruelas, quesillo, manzanas, peras, leche condensada, pastel de limón. La fiesta comenzó y los compadres bailaron. Fue muy divertido. Lo más importante es que los niños sintieron que tenían un compromiso y estaban decididos a cumplirlo. Muchos años pasaron y esos compadres de papelito jamás rompieron su juramento. Cuando uno caía, el otro lo levantaba. EI día en que la Profesora no despertó más, todos esos niños ahora adultos, se tomaron por el dedo meñique alrededor de su tumba para gritar, mirando hacia el cielo: "Compadre, compadre, por toda la vida, cuando vaya a tu casa no me mezquines ni el agua ni la comida".
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Compadres de papelito
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